viernes, 17 de septiembre de 2010

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La señora no llegaría al 1,40 de altura y llevaba un casco roto en la cabeza.

Estos días nuestras vidas están pasando a ser un poco mas pausadas. Cambian las prioridades. Ayer habíamos quedado a las 3 de la tarde para recoger los pasaporte de los pequeños y al ser cuatro parejas, cuando uno come el otro se ha cagao y el otro llora porque tiene sueño por lo que no podemos ir muy lejos. Nuestra actividad de reduce a los paseos cerca del lago y a buscar un sitio para el próximo biberón del que le toque y la próxima cerveza para los padres.
Por la tarde mientras algunos entraban en un pequeño supermercado yo me quedé fuera con Andrea Dormida, en el carro. Algo le despertó y se puso a llorar desconsoladamente. La saqué del carro y al instante vino la dependienta de una tienda me sonrió y me la cogió para acunarla. No dejó de llorar porque lo que le hizo la muchacha ya lo estaba haciendo yo pero es muy curioso. Adoran a los niños. Nos paran, nos sonrien, los tocan, hasta nos los cogen para consolarlos como el caso de ayer. Curioso.

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